martes, 28 de septiembre de 2010

Me crié con vos/ EL ADIOS A ROMINA YAN/ LA MUERTE DE UN ANGEL/ Homenaje de mi parte de mi CANAL WEB para Ustedes...





“Ella baila sola” decía el estribillo de la canción, mientras Romina meneaba su cabellera, luciendo un atuendo noventoso. Me paraba yo con mis siete años y quería hacerlo igual; no me salía. Ella era para mí la única, la más linda, la más talentosa, la que yo quería ser "cuando sea grande".

Se rumoreaba que andaba con Gaspar, otro de los chicos del elenco deJugate conmigo, y yo quería que así fuera: Romina y Gaspar eran la pareja más linda.

Se cruzaba mi amiga Julia, la que siempre vivió frente a mi casa, y a poco de empezar a jugar, estallaba la furia. No había acuerdo: ella quería ser Romina, y yo también quería serlo, y Romina, que en ese entonces no eran Yan ni Yankelevich, sino simplemente Romina, no podía dividirse en dos.

En ese romance idílico que uno forja en el espacio más inocente de su infancia, sólo había lugar para ser Romina; no la hija de Cris Morena, Romina, la que bailaba sola.

Ella, la que después se dispuso a amar a Gaspar en Quereme – "con jazmines, la piel nunca se olvida la piel, guarda la historia"-; sí, el mismo Gaspar con el que yo soñaba que era su novio en Jugate conmigo, era ahora su pareja de ficción.

Pasó Trini, pasó Felicitas y Manuela, pero ninguna era como Romina, aquella que un día regresó a la TV y se vistió de Belén, el ángel guardián de un par de “chufas” huérfanas y faltas de cariño.

Había crecido un poco y en mi pequeña casita del árbol – aquel sitio de mí en donde soñaba ser como el otro inalcanzable-, empezaba a haber lugar para los nuevos galancitos de la TV. Me gustaba subirme un rato a laMontaña rusa y soñar con los primeros Amigovios, pero mi celo interior no podía traicionar a Romina y su nuevo cuento.

Trabajadora de un frigorífico, madre adoptiva de Sol, oreja preferida de Mili, mujer ideal para Martín, cantaba entreChiquititas que no le llegaban a la cintura y predicaba: “si tu corazón tiene agüjeritos, juntas lo podemos ayudar, vamos a curarlo con mimitos…”. Me lo decía a mí, a Julia, a ella, a él, a ellas y a todos aquellos que la miraban y le creían.

El patio de mi casa, el casette que daba vueltas sin cesar, las monedas para comprar tu foto en la puerta del teatro, la coreografía mal trecha, las lágrimas de niña cuando recibías el Jugate de Oro; tratar de imitar tu ropa, tu voz que no era linda, pero para mí lo era, un romance entre una niña y una adolescente, con una tele y una canción de por medio, un aplauso, una lágrima, un corazón con agüjeritos; un pimpollo para decirte chau.























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